1 Y entrando en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad.
Y he aquí, le trajeron un paralítico echado en una cama; y viendo Yehoshúa la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.
Y conociendo Yehoshúa sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama y vete a tu casa.
7 Entonces él se levantó y se fue a su casa.
Y viendo la gente, se maravilló y glorificó a Elohim, que había dado tal potestad a los hombres.
Pasando Yehoshúa de allí, vio a un hombre llamado Mattityahu, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió.
Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí, muchos publicanos y pecadores que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Yehoshúa y sus discípulos.
Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a sus discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí, muchos publicanos y pecadores que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Yehoshúa y sus discípulos.
Y oyéndolo Yehoshúa, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.